Hoy he descubierto una nueva dimensión sobre mí misma. A través del blog estudio sobre el útero, he podido practicar unos ejercicios de relajación para fortalecer el vínculo entre mamá y bebé. Está indicado para mujeres embarazadas o con un bebé de hasta 24 meses. Evidentemente todo lo que sea relajarse y conectar con uno mismo está indicado en cualquier caso, así que me he animado a hacerlo sin saber exactamente que me iba a encontrar. Son tres audios. En el primero te da una serie de indicaciones para llevar a cabo la relajación, el segundo es una relajación dinámica (movimiento consciente) y el tercero una relajación estática. Os animo a que lo hagáis, puede ser o no algo trascendental pero desde luego será agradable y reconfortante.
Mi experiencia.
He cerrado las puertas de mi hogar, silenciado teléfonos, bajado los estores, he dejado a Yoga durmiendo bajo mi cama, he encendido incienso, preparando así un ambiente acogedor y luz tenue.
Al cerrar los ojos he centrado mi atención en la respiración, despacio, sintiendo mi vientre hincharse a cada inspiración y deshincharse para empezar de nuevo. He comenzado una danza suave, casi imperceptible, al comienzo algo rígida hasta que poco a poco mis muñecas y tobillos se han rendido suavemente al son de la música, como desplazándose por el aire con sigilo. Mi cuello, necesitado de libertad, ha comenzado a danzar llevando consigo cabeza, hombros, tronco y brazos como un árbol mecido por el viento. Era tan liberador y placentero. Mis tensiones cedían ante los movimientos que dictaba mi instinto. Pero eran pequeños gestos, casi no me desplazaba, como si tomase consciencia de mí misma. He acariciado mi pelo, mi rostro, mi cuerpo, mis pies, el suelo que piso, me he enraizado a la tierra. La música se ha vuelo más rítmica y poco a poco he trazado líneas y curvas ascendentes, descendentes, horizontales, transversales, llegando un poco más lejos, haciendo mayor torsión, he comenzado a sentir calor, dentro de mí, cómo mis músculos se contraían y se relajaban, como mi cuerpo generaba una energía distinta, casi sexual. Seguía desplazándome, casi arrastrando mis pies, y esa danza insinuante ha ido cesando convirtiendo mis movimientos de nuevo en caricias. Me he abrazado, cada vez más fuerte hasta que he roto a llorar. Me he acunado, me he mecido, he secado mis lágrimas, me he consolado, como si mi yo más enlazado con la naturaleza, con la verdad, con la fortaleza emocional y psicológica, haya tenido que dar sustento a la otra parte desconectada, temerosa e incluso abandonada. Me he querido y sostenido como una madre a su hijo. (Quizá la necesito más de lo que creo, más de lo que le digo, quizá haya que romper esas barreras invisibles, esos silencios y pedir su contacto, sus palabras, su calor.) En este momento acababa la parte dinámica de la relajación. He terminado de aliviar mi llanto, he respirado y me he sentado en el sofá con una manta ligera pues me había quedado destemplada.
He visualizado mi útero color verde intenso y brillante, mi pecho rosado emanando calor a cada latido, he inundado mi interior de amor y de cariño, he agradecido a mi corazón su fuerza, mantenerme con vida, para seguir, evolucionar, vivir, crecer y poder llegar a ser madre. Te he visto, te he acariciado, he olido cada milímetro de tu piel, tu cabecita, tu pelo, tus ojos, tus mofletes, tu espalda, tus bracitos, tus pies, unidos por un cordón umbilical transparente del que emanaba una luz blanca intensa, que nos conectaba el uno al otro, allá donde estés. (No sé si estás preparado, no sé si estoy preparada, pero aquí estoy esperándote SIEMPRE, aprovechando el tiempo que me regalas para ser tu mejor hogar.)